Los crímenes de Hamlet by Malenka Ramos

Los crímenes de Hamlet by Malenka Ramos

autor:Malenka Ramos [Ramos, Malenka]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-02-23T00:00:00+00:00


10

—¿Qué coño ha sido eso?

Fabio se giró hacia la puerta y permaneció en silencio unos segundos. Lo único que escuchó fue el sonido de las teclas de un ordenador, aporreado con tanta energía que parecía que lo iban a partir en dos. Volvió a mirar a Ada e Ivette y luego se dirigió hacia su mesa.

—Ada, tu marido no está en la casa. ¿Tienes idea de dónde ha podido ir? El coche sigue en el garaje y no se ha llevado el móvil.

Ella negó efusivamente con la cabeza y se enjugó las lágrimas.

—Voy a mandar a un par de agentes allí para que hagan guardia por si aparece. Necesito que me facilites las cosas y me autorices a llevarme uno de sus cepillos de dientes o un peine. Si comparamos el ADN rápido podremos o no descartarlo. Hablaré con un contacto que tengo en el laboratorio. De momento, de lo único que estamos seguros es de que Luis Martell tenía una relación con Olivia.

—Oh, Dios, no puede haberla matado él… No es posible…

—Ada, por favor —insistió.

—Coge lo que quieras.

Ivette la abrazó con fuerza.

—Se vendrá a dormir a la posada. Yo me ocuparé de ella hasta que esto se aclare.

—Eso es una idea estupenda. Te agradezco lo que estás…

De pronto se oyó un estruendo. Alguien corría de un lado a otro y gritaba algo que no se entendía. Fabio se levantó bruscamente de la silla y cuando estaba a punto de coger el pomo de la puerta, esta se abrió de golpe y apareció un agente con la cara transfigurada.

—Tienes que ver esto.

Fabio miró a las mujeres.

—No os mováis de aquí.

Bajó de dos en dos los peldaños de la comisaría, detrás de su compañero. Había un terrible follón en la puerta que daba acceso a los calabozos. Alguien tosió y uno de los policías más jóvenes que salía de allí vomitó casi encima de los zapatos de Fabio.

—¿Qué coño pasa?

—Baja. ¡Rápido!

Apartó de un empellón a dos agentes que estaban atascando la entrada y avanzó hacia el interior de los calabozos. Lo primero que vio fue uno de los tragaluces de la derecha reventado y un rastro de sangre descendiendo —o ascendiendo— como el efecto de la baba de caracol. La celda de Unai Sabín estaba abierta y podía ver desde su posición al chico tirado en el suelo con las piernas separadas y a uno de sus compañeros de rodillas a su lado sujetando algo.

—¿Qué demonios ha pasado? ¿Qué es eso?

—Se lo llevó… —murmuró una chica morena y pálida vestida de uniforme que estaba a su izquierda.

—¿Se lo llevó? ¿Qué se llevó?

Se adelantó un poco más y detectó el rostro pálido y macilento de Unai con la boca abierta, la respiración entrecortada y un enorme charco de sangre a su lado.

—Hemos llamado a emergencias. Están al llegar.

—Santo Dios, pero… ¿qué cojones…?

A Unai Sabín le habían amputado un brazo. Estaba tirado en mitad de su celda en forma de estrella de mar con la boca moviéndose como un pez y los ojos desencajados.



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